Es necesario en este centenario (1912-2012) recopilar la obra dispersa del inmortal poeta oriolano, como así cuantos artículos, reseñas, oponiones y comentarios se han publicado sobre él. Esta es ocasión única para recoger inéditos. Y reclamar la publicación de sus Obras Completas. Somos fenollianos. Portal dirigido por Ramón Fernández Palmeral.
miércoles, 15 de febrero de 2012
Las Semana Santa de Orihuela en la Poesía de Carlos Fenoll
Por Joaquín Ezcurra 1)
PAISAJE DE Belén.
Vecino Carlos, vecino de la Virgen como yo; tu calle y mía ya está llena de úes y de ruedas. Bajo la ropa, virgen, tendida de ventana a ventana, entre ella las enaguas de mi novia, los pavos se comunican su canto y su arrogancia viuda a un silbo de mi lengua. Sus barbas, mocos, lios y tracas de sangre, relucen, se menean, ascienden y descienden al sol y a las miradas de sus tutoras hasta Nochebuena.
Vecino Carlos, ya empieza a oler tu horno a tortas, aunque no huela aún, A todo el mundo da un olor, espléndido pero no su sustancia, avariciosa. Y los pobres pasan ante tu hermana y su olor a manteca y miel cocida con ojos de deseo. ¿Por quién?
Vecino Carlos, tu pala, tu remo de navegante en pan, tu pavo, tu calle, tu Virgen, te llaman. Y tú no estás aquí .
Miguel Hernández [LA VERDAD el 7 de diciembre de 1933]
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Siempre me ha sugestionado, cuando la primavera se nos va y se nos viene, como jugando al escondite con los sentimientos, antes de su solemne entrada oficial, escribir un pregón pasionario para ser pronunciado en público unas veces, publicarlo otras o sencillamente guardarlo en esa alforja predestinada siempre a arrinconar los deseos no cumplidos.
Tiene que ser triste el canto del ruiseñor en una noche sin trasnochadores. Igual que la poesía escrita en un arrebato amoroso y no leída por la mujer amada. Lo mismo que una inquietud menospreciada. O una glosa dictada cada año por una vocación, al igual que la primavera repetida, que no encuentra público para escucharla o lectores para leerla.
Es triste perder a un amigo. Nadie como Miguel Hernández lo ha dicho mejor. Y en verso. Tan arrebatadoramente lo dijo, mezclando el inconformismo del desaliento con el bálsamo amoroso de la esperanza, aceptando la tragedia, que su "Elegía a Ramón Sijé" es la oración recitada en cada uno de los idiomas para un desalentado que llore la amistad perdida en cualquier trozo de tierra donde tenga cabida la sinceridad y el afecto.
Carlos Fenoll íntimo en su alma poética de Miguel Hernández y Ramón Sijé, que sufrió por el desconsuelo del uno y por la muerte del otro, a quienes dio más calor con su humildad poética y bondadoso carácter que con el horno de su tahona, cobijo de todas las noches de estos jóvenes de Orihuela, con más fuego en sus corazones que el aprisionado en el horno, solo lo vi, conocí y admiré en una ocasión.
Habían muerto ya los dos: Miguel y Ramón, que se habían prometido descansar juntos en el mismo lugar y bajo la misma tierra, para cumplir mejor sus destinos amorosos por la muerte precipitadamente deseada, moraban muy distanciados de los lenguajes del aire y del viento. Los separaba un paisaje de palmeras, almendros, naranjos y montículos estériles. No había vecindad entre quienes habían amado y soñado juntos las mismas sensaciones. Vecindad no cumplida entre dos cuerpos no vencidos por la muerte, sino entregados a ella. Carlos Fenoll, antes de remar en su tahona con la pala de navegante, a la espera de que el pan despertara en la madrugada, era peregrino de las calles oriolanas con tabernas trasnochadoras. Yo no sé si iba o volvía de escuchar al ruiseñor que se escondía en los magnolios. Le recuerdo pálido, demacrado y sin afeitar. Como un bohemio que buscando soledad huía de los amigos y de las conversaciones. Así lo vi. Y lo conocí aceptando un diálogo solicitado en una de las esquinas oscuras de la calle de San Agustín.
No quiso hablarme de Miguel ni de Ramón. El Carlos Fenoll poeta había muerto con ellos. Quien más había conocido a uno y a otro se ofreció como un hombre vencido, impotente de sobre llevar la pesada carga de tantos recuerdos, renunciando a ser un testimonio de la grandeza poética y literaria que en su tahona, en su calle, existía con tanta promesa de poder legar a quienes, años después, vendrían a estudiar el fenómeno de la «generación poética de Orihuela», de la que fue su hermano mayor.
No sé si fue esa noche, antes o después, cuando Carlos Fenoll, quemó todas las cartas recibidas de Miguel Hernández y que llenaban a rebosar toda una maleta. Cartas de muchos años de casi una correspondencia diaria, que hoy, hubiera sido la respuesta verídica o tenías dudas urgidas sobre la vida de Miguel, tan maltratada por unos y tan equivocadamente enjuicia da por otros, sin saber que en la vida de cada joven inquieto y atormentado, el estado de ánimo de hoy es el arrepentimiento del de ayer o el convencimiento del de mañana.
(Carlos Fenoll y el padre de Miguel Hernández, se llamaba Miguel Rafael Ramón Hernández Sánchez (1878-1952) en el huerto. Foto de Antonio García-Molina)
Renunció Carlos Fenoll a ser el heredero de la generación de Orihuela. Llevaba con él la herencia de todas las confidencias, alegrías y penas de Miguel Hernández y Ramón Sijé. Confidencias y confesiones. Era el único testimonio vivo de tan brutal tragedia. Y como Orihuela, para los tres, fue la tierra prenatal, natal y nutricia, el estado de ánimo de Carlos Fenoll, no su bohemia, le obligó a refugiarse en lejaías extrañas [Barcelona] para olvidar todo lo que había de afectivo en el recuerdo que le atormentaba.
No volví a ver a Carlos Fenoll. Pero lo llegué a conocer a través de sus poesías pasionarias, las únicas que llegaron a mis manos en las revistas publicadas en las fechas de Semana Santa. En la primera de ellas, titulada «Clarines», me confirma la teoría de Pedro Javaloy que relaciona la influencia poética de Luis Ezcurra en las primeras poesías de Carlos Fenoll y Miguel Hernández; «clarines», «confines», «anhelos», «en la tierna infancia mía», «al pasar el Nazareno». Después de estos poemas de adolescencia, Carlos y Miguel adquirieron personalidad propia al encontrar su propio estilo.
La composición poética, «Compás nostálgico» es la que más profunda huella me dejó al leerla por vez primera, y siempre me ha confirmado, en su frecuente lectura, el testimonio vivo del auténtico carácter de Carlos Fenoll. Regresa a sus sensaciones de niño. Confiesa la crudez del desengaño. El, hombre ya, no ve en las imágenes pasionarias la sangre brotar de las heridas y el oro y la plata de los cascos de la Centuria Romana. Y no cree que la tierra atroné a sus plantas, a punto de abrirse, por el desfilar trágico del Viernes Santo que le hacían temblar y palpitar de honda emoción.
A las preguntas le da él mismo sus respuestas. Era de plata su inocencia, de oro su corazón y su alma tenía un tenue aroma de cielo. Y le pide a los tambores procesionales que aviven su nostalgia, cuando aún no sabía lo que era llorar sin lágrimas. Expresa en estos versos su añoranza del ayer perdido cuando veía brotar al Señor «sangre de verdad» que le corría por la espalda. Le amarga que todo sea ya, para sus ojos, pintura y “hojadelata”, que fuera en el ayer de su niñez sangre de dolor, en el Señor azotado, escoltado por lanzas, petos, cascos y escudos romanos resplandecientes de oro y plata.
Le escribí muchas veces a Carlos Fenoll. Solicitaba de él una entrevista. La seguridad de que me contara las intimidades de Miguel Hernández, la versión más auténtica de su más devoto amigo, la verdad exacta de hechos desvirtuados que sucedieron en la vida del poeta, que ya había cruzado todas las fronteras del mundo de la poesía. Sólo tuve una respuesta en una ocasión. Fue en mayo de 1961. Decía en ella que me recordaba perfectamente; «chiquillo fino e inquieto, y muy inquisitivo de las cosas artísticas, con un rápido fuego en los ojos». No recordaba bien si hablamos una o dos veces. Se mostraba bondadoso diciéndome: «de lo que sí estoy cierto, sin embargo, es de que, aunque desde lejos, yo te tenía afecto».
En Barcelona, Carlos Fenoll considera que su distancia con Orihuela es tan lejana que cree no ser el mismo. Ahora vivo ya sin pasión, bastante resignado con mi destino: hacer pan cada día y versos de vez en cuando, muy raramente, sin el mínimo afán de gloria ni nada de eso, puesto que siempre lo rompo todo. He acabado por aceptar, en fin, y ya sin amargura, la realidad de mi incapacidad psicológica para el éxito. En los próximos días te escribiré unas notas sobre la vida y milagros de nuestro poeta, inéditas, en el ambiente de la calle de Arriba.
Desde este mes de mayo del año 1961 no volvió a escribirme más. Y cada mes, de cada año, le escribía recordándole su promesa. Necesitaba su versión inédita de la vida y milagros de Miguel Hernández. Observé que en esta única carta que me remitió, eludió de hablarme de Miguel y de Ramón. Por el contrario me habló de otros amigos. «Recuerdo ahora con precisión y mucha simpatía a Enrique Lucas. Tenía un carácter tranquilo y soñador y corazón de poeta. Y con el mismo afecto a Emilio Bregante, buen amigo y buen artista del dibujo. Y algo serio, o quizás espiritualmente recatado, Antonio Escudero, que siempre me dio una impresión de equilibrio o más bien de inalterable serenidad. Todos vuestros nombres, y el de Antonio García-Molina, al que me unía una directa amistad entrelazada con la de Gabriel Sijé, me han traído a la memoria los días de Orihuela en que yo estaba lleno de un maravilloso entusiasmo creador, pero al mismo tiempo de grandes crisis de pesimismo y de locas reacciones. Días más bien dolorosos, pero en los que siempre aleteaba una vaga forma de esperanza, suficiente para no ser uno desgraciado del todo. ¡Qué lejos el terrible caos de mi juventud!
En los días navideños del pasado año [1972] le anuncié mi decisión de trasladarme de Orihuela a Barcelona para charlar con él. Y arrancarle de su silencio todo lo que pudiera de tantas y tantas cosas que el mundo poético deseaba y necesitaba saber de su íntima amistad con Miguel Hernández. En vísperas del viaje, días iniciales de este año de 1973, recibo una carta con el remite de José Antonio Fenoll. Y en ella decía: «Su amigo, el humilde panadero poeta Carlos Fenoll, ha dejado de existir esta madrugada. El fatal desenlace fue a consecuencia de un infarto mientras dormía. Lamento comunicarle tan triste noticia». La carta estaba fechada el 31 de Diciembre de 1972.
Fue la suya una muerte traicionera. Le llegó sin que él se enterara. Mientras dormía. A Carlos Fenoll, aunque derrotado su espíritu, su ánimo, su inspiración, hubiera deseado verla de cerca y dialogar con ella, Y despedirse. A los poetas no tes asusta la muerte. La esperaba desde hace muchos años con filosofía bohemia.
El, que alimentó con su vena poética la poesía pasionaria de las revistas primaverales de la Semana de Pasión, en el homenaje que hoy le tributa «Oleza-Semana Santa 1973», repetimos sus versos convencidos de que hubieran sido, como una oración de despedida, su último deseo.
¡Llorar es salvación! ¡Oh, qué alegría siento al verme ante Ti, Señor, llorando como hace tiempo que llorar quería!
Conforme voy mis vicios recordando más deseo mirarte en tu agonía, porque quiero, Señor, irme salvando.
¡Oh, hermosura de! arte que impresiona al alma y la conmueve!
Tu imagen, ¡Oh, Señor! no me abandona. ¡Permite que lleve hasta ser polvo y nada mi persona!
(Revista “Oleza” Semana Santa, 1973. Ejemplar en Centro de Estudios Vicente Ramos de Guardamar del Segura)
1)Joaquín Ezcurra Alonso nace el 7 de junio de 1925 en La Coruña, falleció el 23 de junio de 2006 en Orihuela, a los 81 años. Cuando contaba con 14 años muere su padre y se traslada, junto con su familia, a Orihuela; un año más tarde marchará a Madrid donde trabajará como redactor en la revista «Fotos» y meses después ingresa en la plantilla de la revista «Triunfo».
Colabora en la revista «Juventud Mariana» y un año después en la revista «Semana Santa» de Orihuela y en «La Verdad» de Murcia, para la cual acaba ejerciendo su primera corresponsalía informativa. Posteriormente fue corresponsal en las agencias de prensa EFE, Logos y Mencheta.
En 1955 trabaja como Ayudante de Dirección en las películas «El desembarco de Alhucemas», a las órdenes de José López Rubio, «La vida encadenada», con Toni Román, y «Baile en capitanía», con Edgar Neville.
Obligado por una enfermedad, regresa a Orihuela y alterna el trabajo de Director de la Oficina de Colocación, con el de Jefe de Programación en la emisora «La Voz de Orihuela», y la corresponsalía del diario «Información», de Alicante.
En 1962 fundó y editó la revista «Oleza», cuya temática, además de ser la propiamente literaria, sirvió para difundir la obra hernandiana; incluía información de carácter político y social de Orihuela.
Durante 1964 fundó el Club de Prensa de Orihuela de la Honorífica Orden de San Antón, creado para premiar las actividades de personas y entidades en favor del desarrollo de Orihuela, de la que fue presidente hasta 1996.
También durante la década de los 60 asumió la dirección del Centro de Iniciativas Turísticas, de la Feria Agrotextil del Sureste y fue Consejero de Bellas Artes.
Fue Jefe de Programación de Radio Orihuela y promotor de la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos de Orihuela y de la hoy Escuela Politécnica Superior de la Universidad Miguel Hernández. También fue impulsor de diversas restauraciones de objetos artísticos, como el cuadro de Velázquez, que actualmente se encuentra en el Museo de Arte Diocesano de Orihuela.
Premio Nacional de Reportajes Agrícolas, fue también procurador de los Tribunales, director del Instituto de Investigaciones y Estudios Oriolanos, impresor jefe de la Imprenta Oriolana, Hijo Adoptivo de Orihuela.
Fruto de esta diversidad de cargos y actividades, han sido también los siguientes reconocimiento y condecoraciones: Medalla de Bronce al Mérito Turístico, de la Correspondiente a la de Comendador de la Orden Civil al Mérito Agrícola y la Encomienda con Placa de Alfonso X el Sabio. También, y desde el año 2002, está en poder de la Medalla al Mérito Hernandiano, otorgada por la Fundación Cultural Miguel Hernández.
El Pleno del Ayuntamiento de Orihuela aprobó en el año 2005 por unanimidad el expediente de nombramiento de Joaquín Ezcurra Alonso como Hijo Adoptivo de Orihuela por «su trayectoria personal y profesional a favor de la cultura y la educación». Él «Me homenajearon cuatro ministerios con sus distinciones y medallas, pero ser Hijo adoptivo de Orihuela me llega al alma».
(Archivo de la Fundación Cultural Miguel Hernández)