Carlos Fenoll, por Palmeral 2012

martes, 7 de febrero de 2012

EL PAN Y LA PALABRA


(La Rambla de Barcelona, año 1950)


Por Ramón Fernández Palmeral

En una carta de Hernández a Fenoll le dijo “Vale más hacer un pan que un periódico”, elogió su “remo de navegante en pan” y en otras ocasiones que su poesía estaba en su corazón, existe un interrelación vectorial entre el panadero y la poesía, entre el pan y la palabra como algo más que un sonido con mensajes sino el eco nuestra conciencia y la victoria de un sueño cuando alcanza el pedestal de la escritura.
Tras leer casi todas las bibliografías existe de Carlos Fenoll, que no es muy abundante, sobre la renuncia a escribir tras la partida a Barcelona en agosto del 47, estoy con la profesora García Selma en que lo hace por cuestiones económica y no por sentimentalismos como algunos biógrafos le ha atribuido de disgusto íntimo, malos recuerdos, por la muerte de sus amigos Ramón Sijé y Miguel Hernández, como y Carlos tuviera remordimiento o culpa de algo. Porque, creo que estas atribuciones son más románticas que ciertas y dan más juego. Todos lamentamos la muerte de los amigos, y es el tiempo el encargado de limar el vivo dolor de los momentos del óbito.
Estas hipótesis son ganas de no profundizar en la razones racionales, prácticas y n menos ciertas de sus desgana, desazón o falta de concentración a la hora de escribir poemas o el no haber escrito unos recuerdos juveniles en relación con el poeta-pastor, aunque en ocasiones escribió su aventura en Elche con el premio a Miguel del Orfeón Orcelitano.
Sus “amigos” insistían una y otra vez en sacarle partido a sus memorias, le estuvieron proponiendo, e incluso con asedio epistolar para que las escribiera. E incluso tampoco quiso acceder a la propuesta de su hermano Efrén y Francisco Martínez Marín a editar sus escritos hasta 1949, “se alegró del gesto pero rechazó el ofrecimiento”. La razón escribió: “…Mis versos escritos hasta la fecha, mejor dicho, impresos, son malos recuerdos para mí: hijos son del desaliento y la impotencia” (Carta a Manuel Molina de 17-12-46.
Eran tiempos difíciles, lejos de su patria chica, ganaba poco y tenía que mantener a una mujer y cuatro hijos, incluso durante un tiempo estuvo haciendo horas extras en una editorial como corrector de pruebas, excepto algunos años en el que cuenta que estaba acabando una obra de teatro que pretendía presentar al concurso “Calderón de la Barca”. U una novela para un concurso convocado por la editorial Janés.
Se le ha adjudicado, sin prueba, de sufrir depresiones nerviosas, y de una actitud pesimista ante la vida, consecuencia de sus altibajos y sus silencio, y por que nos sus complejos de no haber tendido estudios superiores. Lo que sí es evidente es que el ser su oficio panadero, durante toda su vida, por el poco dormir, y el poco descansar mermaron su salud, y el ánimo merma como el de todo emigrante, en tierras extrañas, y se debilita sus defensas por la falta cariño filiar, aunque no le falta el de sus mujer, hijos y nietos. Pero también nostalgia de su tierra, porque Carlos era una persona buena y sensible, incapaz de hacerle daño a nadie, en carta a Jesús Poveda del 31 de octubre del 53, escribe:
...Pero ya lo se: la nostalgia es como el instinto: obedece irracionalmente, por encima de todo, a misteriosas llamadas. Si la tierra llama al corazón de su hijo, éste responde desde lejos, desde tan lejos que le es imposible acudir: La tierra y nada más. Y su acento estremece. Deseo como para mí y mi mujer y mis hijos la salud y la dicha vuestra y de vuestros hijos. Poderos estrechar a todos junto a mi corazón sería maravilloso; pero si esto ha de ser siempre imposible, por lo menos nunca dejará de desearlo vuestro hermano - Carlos".


La cuestión es que Fenoll tuvo que tomar partido entre el pan y la palabra, y se decidió por el pan, lo más razonable y efectivo.
No tenía ganas de escribir, pero sus amigos que le consideran una firma importante, insistían, y le pidían trabajos para programas de festejos, revistas de Semana Santa, prólogos y todo cuanto podían sacarles, sin conocer si en esos momentos su estado de ánimo era bajo o eufórico.
Creo que María Dolores García Selma acierta que el análisis siguiente:

“Hay razones más realistas para justificar la marcha de Fenoll a Barcelona. Y ponerlas de relieve sería beneficioso para la figura de este poeta-panadero, llamado así para establecer un paralelismo con la denominación poeta-pastor tantas veces aplicada a Hernández. Pero es que precisamente la historia que hasta ahora se ha escrito sobre él parte en exceso de la analogía. Miguel y Carlos fueron amigos durante un periodo muy interesante de la vida de ambos, pero no es riguroso ni justo reducir a Carlos Fenoll a ser eternamente parte del "mito Miguel". Cuestión diferente será determinar la importancia real de su obra.
Así pues, Carlos Fenoll no huye de nada cuando se va de Orihuela. Él mismo escribiría a Poveda, años después, sobre las verdaderas causas de esta partida: arruinado su negocio familiar, busca en Barcelona un porvenir mejor para su numerosa familia, y también un ambiente cultural que le permitiera reanudar su labor poética, interrumpida tras la muerte o la ausencia de los amigos con quienes había compartido la ilusión de escribir. Eran tiempos difíciles para todos, para el pan y para las palabras”.
(García Selma, 2000, p. 27)


Su negativa a volver a los versos es contante como podemos apreciar en su epistolario. Más que desgana falta de concentración y exceso de trabajo de panadero. No es comprensible que después de una noche sin dormir al día siguiente tengas ganas de escribir versos.

Escribe Manuel Molina en el “Propósito o Introducción de su libro “Miguel Hernández y sus amigos de Orihuela”, p.10. donde dice a la ligera que Carlos decidió callar:

Nadie como Carlos Fenoll, el otro gran poeta de su pueblo y dé su tiempo, pudiera haber realizado esta obra; pero él ha decidido callar y hace muchos años que en rigor ha dejado de escribir. Entonces, yo, el benjamín del grupo familiar —como el mismo Carlos me llama—, después de pensarlo mucho, por miedo a torcidas interpretaciones, me lanzo a la aventura de describir aquel pequeño mundo donde se inició uno de los más grandes hombres de la historia literaria de todos los tiempos. Este retablo pretende ser una copia fiel de lo vivido y visto por mí durante aquella época.

En otra Carta a Manolo Molina, escribe:

"Te dije que había empezado a escribir con el propósito de reunir un número suficiente de poemas para un libro: propósito de humo. Nada de poesía por ahora. El cerco de las necesidades materiales se estrecha cada día más y estoy decidido a 'impurificarme'. Voy a escribir guiones para un dibujante de historietas infantiles, propagan¬da comercial, canciones folklóricas, novelitas rosa; en resumen, sobre todo y cada cosa que se transforme rápidamente en dinero. Que Dios me perdone este horrendo pecado de mi espíritu, pero El ya sabe que mis hijos no almuerzan sonetos ni rompen octavas reales en lugar de zapatos.»
(Barcelona, 19 de octubre de 1951)

Otra Carta:
«... huyo ahora como un condenado de caer en el hoyo del silencio sin fin, donde germina la flor de la locura o se saborea la raíz de la muerte. Es cierto, Manolo: la alegría de la creación es capaz, por sí sola, de levantar a un muerto. Así lo siento en mí, y aprovecharé, desde luego, este renacimiento de ánimo, esta inicial alegría creadora, para culminar la etapa definitiva de mi obra poética, que está toda por hacer. Ahora o nunca. Este es mi dilema.»
(Barcelona, 28 de marzo de 1952)


En otra Carta a Molina:

«... y quiero, sí, quiero andar, reanudar la marcha interrumpida por tantos negativos complejos; porque con toda claridad veo ahora que no podemos traicionar nuestro destino impunemente, que mi desequilibrio moral y mi angustia permanente parten fundamentalmente del error de querer eludirlo. Quiero salvarme, librarme de esta garra que extenúa mi espíritu...»
(Barcelona, 20 de septiembre de 1953)

A FRANCISCO MARTÍNEZ ARENAS

Querido amigo Martínez Marín: Siento —hasta el extremo de constituir para mí una desazón moral— no poder, a veces, cumplir lo que prometo dentro de unos límites de tiempo prudencial, pero mi sola lucha por la vida de seis —cuatro hijos, mi mujer y yo— me iustifican íntimamente y quisiera fuera para ti la justificación de mi tardanza en mandar un trabajito para mí ya sinceramente querida «Juventud Mariana». Cada día, en efecto, por la fuerza y el apremio de las circunstancias materiales, se aleja de mí mas la posibilidad de escribir, y, en proporción a esta imposibilidad, crece mi deseo de hacerlo y me hace sufrir más el no hallar un pequeño tesoro de horas litas de momentos propicios.
Barcelona, 9 de Marzo de 1951



CARTAS A JOSE SANCHEZ HERNANDEZ

Me dices que hace mucho tiempo que no sabes de mí, y me supongo que te refieres tanto a mi yo exterior como interior. Pues bien: el yo físico sigue siendo un burro del trabajo, que rebuzna algunas veces de indignación porque el pienso es malo, escaso y caro, y otras veces porque se desespera de ver a sus burriquines con las herraduras colgando o sin ellas o a su burra sin la permanente porque aún faltan diez, doce, quince días para acabarse el mes, que es cuando nos dan el medio saco de cebada. Y el yo moral, como reflejo del yo físico, es un desmoralizado, un hundido, un acabado para todo lo que suponga ilusión de vivir. Y lo más asombroso es que de tal calamidad, digo de tal situación, uno se consuela pensando que alguien debe tener la culpa, como si este pensamiento fuese un bálsamo y no una estupidez, o bien eso, una estupidez balsámica, atonta- dora, adormecedora y, al fin, consoladora, españolísima.
Pepito: creo que de Orihuela lo que más deseo ver es a dos o tres amigos, tú incluido, y la cuesta del Oriolet; ir por San Antón y cruzar la montaña para ir a parar al Rabaloche. Todo aquello no afectado por reformas urbanas, donde yo me recuerde. La próxima Semana Santa quiero ir. Quisiera ir y no venir más a Barcelona. Es un impulso de mi sangre, un anhelo de ir —estoy cansado, cansado— para morir, sí, para quedarme para siempre en mi tierra.
(Barcelona, 9 de Noviembre de 1959)



Al Padre Alfonso Roig

Por lo que respecta a la urgencia de reunir mis cosas en un libro, no es posible. Todo lo que he publicado no me sirve, no lo considero bueno, sin falsa modestia. Lo destruiría si pudiera. Y lo que ahora pretendo hacer, necesariamente lo he de hacer con lentitud por varias circunstancias. Pretendo hacer. Y esto es de momento lo importante: querer. Quiero —por lo que me vienen muy bien sus palabras animadoras, que le agradezco mucho—, aunque sea a paso de tortuga, dar cima a mi dichoso libro, porque necesito descansar en él mi conciencia: mi Amo me dio una moneda —sensibilidad poética— y la guardé en la oscuridad mucho, mucho tiempo. No la perdí, pero no la multipliqué en beneficio de mi amo, mío ni el de nadie... Ya sabe la lección final de la parábola. Así, mi libro será como una rectificación de mi conducta.

(Barcelona, 13 de junio de 1968)

CONCLUSIONES.— Cada vez que recibe cartas de sus amigos se alegra, le llega en recuerdo de la huerta y del horno, contesta a ellas largo y tendido, y en ellas cuenta sus sentimiento y sus emociones, lo cual es en realidad también poesía, al moco en que escribiera Gabriel Miró: prosa poética. No disponemos de muchas obras, pero tenemos sus cartas y una cincuentena de poemas, y con esto hemos de conformarnos y disfrutar de ellas y con Carlos en este su centenario.


RAMÓN FERNANDEZ PALEMERAL, Alicante 7 de febrero de 2012