La poesía de Carlos Fenoll
(Orihuela, 1912 - Barcelona, 1972)
MANUEL MOLINA (1)
Pertenece este poeta a la entraña lírica de Orihuela ciudad- pueblo, entre mística y pagana, donde se saborea una leyenda una historia y una vida frutal que se desprende de su huerta y de su rio.
La palabra se hace música en los recodos de las sendas entre cañaverales, y la voz oriolana matiza su expresión vernácula con ritmos y rimas del más profundo saber popular.
De esta cantera fecunda, de esta rica cosecha de rosarios y murmuraciones, de oraciones y susurros, nacieron bardos anónimos, troveros peregrinos que dialogaban públicamente -en los festejos parroquiales- las historias íntimas del luqar Uno de esos troveros fue el padre de Carlos Fenoll, del que aprendió el poeta las reglas elementales de la versificación, la espontaneidad del dicho, del refrán y de la gracia de la composición.
Y ésta fue su escuela básica, su aula de cultura general donde conoció las letras y las sílabas y sus significados para poder leer, para poder escribir luego en la pizarra de la pared del horno. Porque es su oficio el hacer el pan.
Su lectura, su alimento espiritual, es el periódico [su padre estaba suscrito al ABC y otras revistas]. Por los dominicales se encuentra con Campoamor, con Rueda [Salvador, poeta modernista mañagueño], con Villaespesa. Aprende de ellos. Sus improvisaciones iniciales ganan en riqueza verbal. Durante varios años —de 1930 al 1934— escribe versos de ocasión, canciones con temas locales, donde entre lugares comunes y tópicos, aparecen algunas expresiones de calidad. A partir de la fecha citada, con el nacimiento de su primer hijo, con la muerte de su primer amigo, con el enfrentamiento con una realidad amarga, para la cual no estaba preparado su fino espíritu, su voz cobra una fuerza, una potencia creadora, de donde nace original su poesía auténtica. Breve es esta obra del poeta Carlos Fenoll. Hasta veinte poemas hemos seleccionado para un posible libro sobre él. Pero lo importante, la suprema calidad de la misma, merece toda nuestra atención.
A CARLOS FENOLL
Carlos Fenoll resuena en mis oídos
con una voz de fuego que aún me quema
cuando lo vivo entero en su poema,
llenó de tersos nervios desunidos.
Poeta de dolores renacidos,
el corazón fue escudo de su lema,
y su aroma verbal llegó a la yema,
donde llegan los seres elegidos.
Carlos Fenoll dejó sobre la tierra,
además de sus panes y su guerra,
una limpia bandera de persona.
Puedes dormir tranquilo, hermano mío,
que no te olvida tu ciudad, tu río,
y tu Cristo tampoco te abandona.
(Publicado en II Asamblea Comarcal de Escritores, Orihuela 1972, pp. 107-108, 183).
1). Molina es el más destacado biógrafo del poeta, feuro amigos desde la infancia y juventud.
AUTOBIOGRAFÍA:
Nací [17-10-1917] en la Orihuela de Teodomiro pero tuve la suerte de pasar mi adolescencia en la Oleza de Gabriel Miro, una fase nueva de mi pueblo, cuyo contraste con la primera fue extraordinaria para el mundo cultural de la Vega Baja
La Orihuela de Teodomiro era una ciudad hundida en vagas tradiciones sociales y eclesiásticas con místicos reflejos, supersticiones y sombras de glorias pretéritas que pesaban en el aire y en las horas, en las siestas plomizas de estío v en las húmedas naves varadas de la catedral, los inviernos del río que lamía los muros de su orilla bardada de barro creciente.
Orihuela de Teodomiro era agria y rasposa como de madera seca, sucia y ruinosa como de madera seca, sucia y ruinosa como un edificio abandonado.
Pero allí mismo, dentro, en la médula del hueso de la urbe, estaba la Oleza de Gabriel Miró, el aroma de una ciudad distinta, perfume y sabor hondo de un pueblo singular. Una ciudad nueva nacía con un nombre: Oleza. Su colón fue el escritor alicantino Gabriel Miró, el artista de la palabra, el creador de un lenguaje nuevo y original. Del verbo mironiano brotó un caudal de riquezas humanas, de ceremonias bellísimas. de templos y palacios resonantes, desconocidos hasta entonces, Oleza fuente vital incontenible, un alma y una esquina. En ella se reflejaba la juventud nueva.
Aquella juventud oriolana fue mi escuela de adolescencia. Con Carlos Fenoll, Miguel Hernández y Ramón Sijé aprendí mis primeros versos, mis primeros pasos en la lírica española. Ellos generosos, me dieron a conocer la belleza la verda y la amistad. En mi largo camino de trabajo en la construcción de la vías y obras públicas, el recuerdo de estos amigos ha iso siempre conmiog. Fenoll y Hernández fueron mis compañeros en la guerra (2). Luego Miguel, en la cárcel, nos dejó para siempre. Después desde Barcelona. Carlos Fenoll me iluminó con su coprrespondencia jasta el año 1972, que dejó de existir.
Hace medio siglo que escribí un verso por primera vez. He publicado varios libros de recuerdos en prosa y en verso. Soy colaborador de revistas literarias y periódicos. También he conseguido algún premio, y he pronunciado conferencias. Pero mi labor no ha sido nunca profesional. He sido v soy un aficionado a las letras y a las artes. Mi formación es deficiente. Mis estudios escasos e irregulares. Soy un lector empedernido de poesía. Conozco desde Berceo a Blas de Otero.
En vísperas de mi jubilación laboral escribo este «Protocolo», que me publica mi amigo Luciano Gracia, poeta e impresor de Zaragoza, varón de noble juicio a quien, desde estas líneas, quiero mostrarle mi gratitud.
2)Tras la rebelión militar de 1936 se alistó como voluntario en el 4º Batallón de Carabineros y fue destinado al frente de Madrid. En la Alianza de Intelectuales Antifascistas conoció a Rafael Alberti, María Teresa León, Emilio Prados y Antonio Aparicio. Visitó también a Vicente Aleixandre. Terminada la guerra, tras pasar por el campo de concentración de la Plaza de Toros de Valencia, regresó a Alicante.
(Manuel Molina y Rafael Aberti)