A Pedro Pérez Clotet
(1)
(Orihuela, 29 agosto 1933)
Amigo
poeta:
Por
fin en mis manos: isla. La
esperaba esta mañana dominical de estío y se la he arrebatado impaciente al
cartero de las manos, lente lírico, barquillo de poesía. Con la precipitación
de desenroscarla, he desgarrado ligeramente una de sus superficies de naranja
torre de atrás con el sol más moribundo entre sus piedras. De golpe de avidez
me la he leído, digo tragado, esta tarde en la siesta en una cueva fresca de
cuya oscuridad se aprovecha el paisaje de colinas, torres y huertos por el río,
para robustecer con exceso sus luminosidades.
Amigo
mío: su isla, mi isla, en su 2-3 desde su primer
filo húngaro de magiar hasta su postrer filo caudaloso del pintor Rueda y
pobre, hasta su final de usted con su nota mejor de mi libro que se besa con
«Los collares enfermos» del malagueño, tan poeta, tan poeta que pidió ante su
muerte el traslado de sus restos: para no reposar allí definitivamente bello,
isla levantina de Tabarca, a mi diminuta isla que sólo he visto desde la costa
como un repellón de hermosura terrestre en el agua, es un puro regolfo de
poesía donde han ido a desembocar, lo mismo que en el mar, ríos desde el río de
categoría y ducho hasta la fuente precoz, pirata y verde.
Su
contenido nuevo ha pasado bajo mis ojos varias veces —más pasará— como un
desfile su belleza: Urbano, Jarnés, Vallejo, Pemán, Carmen Estevan, Manolo
Gil, María Casas, en fin, todos los poetas que nutren las páginas de isla dicen cosas estupendas. Este
2-3 es muy superior, al número primero de la revista. Ha hecho usted porque así
fuera ¿verdad?
He
dado a Fenoll [Carlos] su número. Creo que le escribiré pronto. La dirección de Sijé:
Ramón y Cajal, 27, piso primero. Piensa escribirle o enviarle la revista.
Estoy acabando mi
segundo libro para enviarlo a octubre al Concurso Nacional. Definitivo
original. Poemas de factura clásica. Al revés de Perito en lunas éste es
un libro descendido y descendiente del sol, solar. Claro y concreto, me parece
que como no haya comida de negros, será para mi ambición el premio destinado
por el Estado al mejor libro lírico. Ahí va esa fotografía deportiva, cañónigo x
que destrozo de cuando en cuando algunos versos dándole con la cabeza, con el
balón. Como advertirá mis ojos casi desafían al sol que me abofetea de brillo
la cara a esa luz tardía que Jorge Guillen vio con presencia. La tierra que
piso en ella, la anduvo jugando Gabriel Miró: es la del patio del colegio en
que pasó su infancia y adolescencia entre oscuridades jesuítas. Si la Kodak hubiese
desviado un poco el objetivo hubiera salido el muro que tiene arriba esa
ventana de la enfermería en que sintiera enfermo «las primeras tristezas
estéticas». La gente que me rodea es toda obrera e inocente.
¡Eh,
su Trasluz! ¡Mándeme en
seguida su Trasluz\
Cuando quiera puede pedirme algo para la tercera salida de isla, que, como tal, para estar
perfectamente tiene que tener algún naufragio transitorio y vigoroso.
Saludos
y un apretamiento de manos.
Miguel Hernández Giner.
En mi
huerto a la hora en punto de la una del día 29 de agosto de este año (hora de
comer Orihuela).
Marqués
de Cádiz, 5.
Cádiz.