Es necesario en este centenario (1912-2012) recopilar la obra dispersa del inmortal poeta oriolano, como así cuantos artículos, reseñas, oponiones y comentarios se han publicado sobre él. Esta es ocasión única para recoger inéditos. Y reclamar la publicación de sus Obras Completas. Somos fenollianos. Portal dirigido por Ramón Fernández Palmeral.

Carlos Fenoll, por Palmeral 2012
domingo, 12 de febrero de 2017
Marilé Molina Varó recuerda a su padre Manuel Molina y a los amigos como Miguel Hernández o Carlos Fenoll
Vivíamos mi familia y yo (los cuatro como le gustaba decir a mi padre) en un tercer piso de una calle del Barrio de San Blas, cuyo nombre era todavía el del constructor y después fue calle del Poeta Garcilaso de la Vega. La fachada daba al cementerio viejo, pero por la parte trasera se contemplaba el mar desde el cabo de Santa Pola al Cabo de la Huerta. Allí era donde estaba el despacho de mi padre, donde escribía, leía y recibía a sus amigos. Allí conocimos mi hermana y yo a Josefina Manresa, que venía desde Elche al cementerio de Alicante, donde reposan los restos de Miguel Hernández. La recuerdo evocando con mi padre el ambiente de Orihuela que ambos habían vivido en su juventud, también recuerdo su belleza serena, su mirada triste y su voz.
La gente que venía a Alicante buscando noticias del poeta Miguel Hernández pasaba por mi casa: Concha Zardoya, Ma de Gracia Ifach, Marie Chevallier... Mi padre también mantenía amistad y correspondencia con otros escritores y poetas del resto de España, Ma Beneyto, José Albi, Julián Andúgar, Vicente Aleixandre...
Una tarde de verano, el poeta Blas de Otero, que pasaba unos días en Alicante, se encontraba en mi casa. Mi vecina de abajo me pidió que fuese a jugar a la calle, mi respuesta fue que no iba a salir porque "estaba en mi casa el mejor poeta de España". Respuesta que hizo sonreír al poeta que escuchó todo esto a través de una ventana abierta.
En el estudio que el pintor Gastón Castelló tenía en la calle San Fernando se organizaban de cuando en cuando reuniones a las que acudían escultores como Carrillo y Gutiérrez, pintores como Pérez Pizarra, cantantes de coro como Antonio Oliver (el Bardo), acompañados de sus mujeres e hijos; allí se merendaba, se cantaba "La Cabrita" interpretada magistralmente por Gastón y el Bardo.
Fue fundamental en la vida mi padre y en su obra la relación con sus amigos de Orihuela, Carlos Fenoll, los hermanos Sijé y Miguel Hernández. Era mi padre el benjamín, (7 años le separaban de Miguel), de aquellas reuniones en la tahona de los Fenoll en la calle de Arriba, pero siempre le oí narrar con verdadera emoción el momento del nacimiento de los primeros poemas de Miguel Hernández o de Carlos Fenoll.
La pérdida de la guerra, la muerte de Miguel en la cárcel de Alicante, y muchos otros reveses de aquella época, hacen escribir a mi padre estos versos: Quiero recordar tu figura y tu acento, y más te pierdo cuando más te busco, desisto de mi empeño, aunque no te olvido, que más vivo estás en mí, ahora de muerto, que lo estuviste antes, cuando vivo.
En los años 70 y 80 mis padres hicieron realidad uno de sus sueños, viajaron a París, Roma, Grecia o Viena. Mi padre siguió escribiendo poesía, artículos en prensa, revistas o llibrets, y dando charlas y conferencias. Este ajetreo viajero, el nacimiento de sus nietos y el contacto humano en charlas, conferencias y encuentros literarios, fueron llenando su vida hasta el final.
Marílé Molina Varó
(Hija de Manuel Molina)
marzo de 2011
Centenario de Manuel Molina (1917-2017)
miércoles, 8 de febrero de 2017
Carta de Carlos Fenoll a Jofesina Manresa, sobre un soneto de Miguel Hernández inédito.
Barcelona, 20
de Agosto - 1967
Sra. Josefina Manresa.
Estimada Josefina: Le
ruego me disculpe por haberme olvidado en mi carta anterior de esclarecerle el
punto que se refiere a cómo me entregó Miguel los sonetos, si escritos con su
letra o a máquina.
Veo muy oportuno y
natural que usted desee conocer todos los detalles que se relacionan con la
obra de Miguel, así como comprendo perfectamente el sagrado deber y el
exclusivo derecho que usted y su hijo tienen de velar por ella.
Los sonetos me los
entregó escritos a máquina. Precisamente a petición mía los pasó él mismo,
debido a que a mí me rogó el gerente de la imprenta donde se editaba SILBO que
hiciera lo posible por llevarle todos los originales escritos a máquina, con
objeto de facilitar su lectura a los tipógrafos, con lo que ganaban tiempo,
pues se evitaban muchas erratas en la composición al no tener que interpretar
los rasgos dudosos de los originales manuscritos.
Debido al valor actual
de todo lo suyo autógrafo, aparte del literario, yo me he llegado a preguntar:
¿Qué haría Miguel, después de copiarlos, con aquellos escritos con su letra? Y
creo tener la respuesta exacta: Entonces no le dábamos ningún valor,
absolutamente ninguna importancia, a nuestra letra en sí, sino a lo que expresábamos
con ella, y todos rompíamos cosas después de pasarlas a máquina, es decir, lo
escrito a pluma o lápiz. Se ignoraba el futuro, como siempre. Los rompería. Eso
es todo.
No le he mandado las
primitivas copias, sino otras nuevas, porque el papel de aquéllas, que ya era
de malísima calidad, se halla en la actualidad a punto de deshacerse, más
amarillo que un muerto de ictericia, y muy diluida, muy borrosa la impresión de
las letras, hasta tal punto que algunas palabras no se pueden leer, salvo que
yo las tengo en la memoria.
Con absoluta
sinceridad le digo que siempre me sentiré contento al recibir sus letras y de
poderle servir en todo lo que usted crea oportuno.
Para usted y Manuel
Miguel, un afectuoso saludo de
Carlos Fenoll
Recuerdos de mi
esposa, que también la conserva a usted nítidamente en su memoria, según me
dice.
viernes, 3 de febrero de 2017
Carta de Carlos Fenoll a Josefina Manresa en febrero 1952, donde le envió 100 pesetas para el nicho de Miguel Hernández.
Barcelona,
26 de Febrero - 1952
Señora Dª Josefina Manresa - Elche
_________
Estimada
Josefina: Por giro postal he tenido la suerte de poder enviar 100 pts para
contribuir
a que no se pierdan los queridos
restos de Miguel, m entrañable amigo desde la infancia.
Con
el más sincero deseo de que, tanto tú como tu hijo, gocéis de una perfecta
salud, se despide de ti
Carlos
Fenoll
lunes, 30 de enero de 2017
Cartas inédita de Carlos Fenoll a Miguel Hernadez y a Josefina. Hay varios sobres
(Página 4, de la carta que escribió Carlos Fenoll a Miguel Hernández, desde Orihuela el 3 de marzo de 1936)
Querido Miguel -3 de marzo 1936-
[Orihuela].
He recibido la tuya (soy un
sinvergüenza) y quedo enterado de todo... (Y un bandido). Nada. Esto se hace así:
me arrodillo y pido perdón.
A las “otras” innumerables cosas: pequeñas cosas pupulantes e inevitables,
míseras imposturas en la cosa de uno, que tienen la mayor culpa de que no te
escribiera antes, las miro ahora con una mirada armada de odio, impotente,
porque son todas contra mí. Son como unos microbios fatídicos que corren la
base de la Decisión y dan como ella en tierra. ¡Oh, pero hoy se han jodio! Saqué el enmohecido y menguado espadín de mo
voluntad y ¡zas, zas! Me he quedado solo.
He cogido con un gesto de fanfarrona arrogancia la pluma y las cuartillas, he
encendido un cigarro para echar incienso de gloria sobre los cadáveres, que
siempre gusta de ser un poquito generoso al vendedor, y hete aquí, poeta, lo
que te cuento.
He hablado con tu hermana Elvira y sé de ti, incluso de que vistes una
chaquetilla corta de pana y unos pantalones apretados no sé cómo, fuera de lo
corriente, cosa que yo veo con simpatía, porque gusto también de unas miajicas
de extravagancia, que algunas veces se llama comodidad y alguna economía.
He visto y deseado tu foto. ¡Estás muy bien, chacho! Tu hermana me ha
aconsejado que te pida una ya que son 6 las que te han sacado. ¿Tú que tices a
esto?
Leí en el Sol lo que, refiriéndose a tus poemas de revista de Occidente,
decía de ti Juan Ramón Jiménez. Observo con íntima alegría cómo tu nombre va
colando cada vez por climas más altos y prestigiosos del mundo literario,
forzosamente caigo en el recuerdo de aquellos días que hablábamos de Juan Ramón
[Jiménez] como de un símbolo mimbrado, como de algo inaccesible, al pensar que
tú no solo andas por su maravillosa altura sino que le has superado el trino y
el sino de la poesía.
Me ha dicho tu hermana también que salías ahora, por ahora al empezar
marzo, en unas misiones pedagógicas, así que estaba en dos caminos: el de escribirte
o en el de esperar que Paco [Moreno] le escribiera a tu hermana diciéndole si
habías salido o no [para las misiones]. A cuenta de esto me quedo con la duda
de si recibirías mi carta o no.
Al cabo se decidió, puedo escribirte Josefina [Fenoll] ahora, al abrazar a tu hermana hubo también
lágrimas. Cuando le dijeron que habías venido Elvira se puso a temblar y
pensando si habrías venido tú con ella. Sé que has de serle dolorosamente
vuestro primer encuentro, después de la preciosa siega de la Yntrusa [no se
entiende].
Hoy, 3 de marzo, hace 4 años justos que se arregló con Josefina [Fenoll].
Iba ella por la calle Mayor con la canasta de los panecillos. Eran las
siete de la tarde. Pepito [Ramón Sijé] se le acercó y le dijo tímidamente estas
palabras: –¿Tienes frío?
Esta tarde van al cementerio mi hermana [Josefina Fenoll] y mi mujer
[Ascensión Ávila]. Llevarán flores y ánimo de rezarle mucho. Yo le he dicho a
Josefina que al venirse le pregunte con el pensamiento:
–Pepito, ¿Tienes frío?
Y así
empezará un nuevo idilio, a través de la bruma.
__________________
La alegría particular que me
queda és (sic) la que dá (sic) la
inquietud espiritual que vive dentro de mí: lo mejor que yo he tenido vive
todavía: ¡inquietud!
Ahora he formado un cuadro artístico. Para
las presentaciones he alquilado un almacén de mucha amplitud y lo estoy
arreglando a propósito. Díe
[pintor y dibujante oriolano Francisco de Díe
García-Murphy], me va a pintar las decoraciones.
Entre el elemento femenino trabajará mi mujer, que no tiene que envidiar en
sensibilidad y gusto artístico a muchas actrices de carrera. Por lo pronto voy
a empezar representando teatro clásico, y luego, siempre algo selecto, por
ejemplo: un ensayo dramático, en un acto y en prosa, titulado “Sobre las
propias huellas”, de Carlos Fenoll “La intrusa”, de Maeterlinck y “Boda de
sangres” de Lorca. Ya te iré informando más delante de esto.
Mi voluntad parece que se va robusteciendo
con el hogar y el Hijo [José Antonio nació el 15 de diciembre de 1935 en Calle Horno de Orihuela]. ¡Áh, el hijo! No sabes:
estás que “da gloria de verlo”. Es muy inquieto. Ríe mucho y para él todo es
ajo. Cuando tenga cinco años saldrá a recitar versos en los teatros, sin querer
con esto que sea un niño prodigio. Por vanidad de Padre no. Flor inmensa
vanidad de artista que tiene uno.
Esperaba tu “Rayo que no cesa”. Ya sé por
tu hermana, y ya me lo había presumido al no encontrar noticias alusivas en los
periódicos, que no se ha terminado todavía de imprimir o algo de erratas has
tenido que rectificar en las pruebas. [“El rayo que no cesa se imprimió el 24
de enero de 1936 en la imprenta Héroes de Madrid].
Te advierto que me he hecho una biblioteca estilo cubista y la tengo
limpia de libros. Ni uno. Ni un periódico. Solo un retrato de mi mujer con el
nene y un vaso con violetas. Me he propuesto darle a tu libro el honor de
inaugurarlo.
Por lo que se refiere a Orihuela no te
puedo apuntar nada sobresaliente, sino és (sic) que el número de imbéciles sube
en proporciones alarmantes conforme se van desarrollando los venturosos tallos
de “la buen” sociedad. En la atmósfera que se respira lo mismo que en todo los
pueblos de España. Tufo picante de la Política. ¡Oh! Al Poveda [Jesús] filósofo
y poeta se lo tragó también este Dragón. Seguramente el no contestarle ni tu ni
Isla (mandó allí unas cartas) le ha desalentado [Revista Isla de Cádiz. Mejor
para todos).
Los tres en flor: mi hijo, mi mujer y yo te
vamos dando un abrazo sin respirar, magnífico de amistad verdadera
Firmado y rubricado.- Carlos
[Carta encontrada por Ramón
Fernández Palmeral en el legado de Miguel Hernández, de la Diputación de Jaén)
Discurso sobre Manuel Molina de Cecilio Alonso. Molina Carlos Fenoll era muy amigos.
![]() |
Retrato de lápiz de Manuel Molina en el I Centenario de su nacimiento, por Ramón Palmeral |
Ir la blog de Manuel Molina por su centenario.
Es
para mí una gran satisfacción haber llegado al momento en que se formaliza
públicamente la donación al Archivo de la Democracia del legado literario y
documental del que fue nuestro amigo, el poeta Manuel Molina Rodríguez, en
vísperas del centenario de su nacimiento. Un legado que ahora pasa a engrosar
el patrimonio de la ciudadanía al alcance de quienes sientan interés por la
resistencia cultural en esta ciudad, durante el largo tiempo de libertades
perdidas que supuso el régimen nacionalsindicalista impuesto en 1939.
Ante todo quiero
manifestar que la designación de esta donación para representar a las
producidas durante el último año, no significa que hayan de quedar oscurecidas
las restantes aportaciones que sin duda enriquecen desde perspectivas diversas
el contenido de este singular Archivo testimonial entre cuyos fondos no sería
justo establecer grados ni jerarquías. Lo que da cierta tristeza es el
encontrar, en rastros y librerías de viejo, vestigios residuales de bibliotecas
y archivos de escritores y artistas alicantinos, desaparecidos en los últimos
tiempos, con la consiguiente volatilización de los mismos. Esa lamentable
sensación me lleva a valorar más la paciente labor de Maruja Varó Busquiel,
viuda de Molina que, desde el fallecimiento de su esposo en 1990 conservó y
ordenó sus papeles durante veinticinco años. Sin esa labor callada no
estaríamos ahora aquí. Por ello, como amigo, y en nombre de los supervivientes
de la amistad de Molina, quiero expresar nuestro agradecimiento a la
generosidad de sus hijas, Magdalena y Clemencia, por haber decidido depositar
su preciada herencia en el Archivo de la Democracia, evitando su dispersión.
Agradecimiento que extiendo a Paco Moreno, José María Perea y, muy
especialmente, a la archivera Mercedes Guijarro por haberlo facilitado.
Manuel Molina nació en
Orihuela en 1917, se trasladó a Alicante con su familia en 1935 y aquí residió
hasta su muerte. En esta ciudad desarrolló su obra literaria escribiendo sus
libros, promoviendo revistas y grupos poéticos, y desde esta ciudad fue
tejiendo una trama de relaciones literarias con destacadas figuras de las
letras españolas y con hispanistas de dos continentes. En especial fue
contribuyendo muy activamente a la recuperación y sostenimiento de la memoria
de Miguel Hernández en los años difíciles, cuando su obra permanecía
ensombrecida y desdeñada, antes de que la transición democrática facilitara su
normalización y su inserción indiscutible en el canon de nuestra literatura.
Molina, desde 1939, había buscado –no sin inevitables contradicciones– refugio
compensatorio a los horrores históricos en una lírica ligada a la tradición de
las formas más aptas para la comunicación poética, sin perder comba con los
motivos de la poesía española a mediados del siglo XX, entre el existencialismo
y la tendencia social, o lo que es lo mismo, armonizando lo individual y lo
colectivo.
En 1936 acudió como
voluntario a la defensa de Madrid. Regresó a Alicante participando en las
actividades del Ateneo, donde conoció a Antonio Blanca y a otros compañeros con
quienes mantuvo amistad duradera. Molina publicó entonces sus primeros poemas
en el diario comunista Nuestra Bandera. Por un lado, contribuyó a la
corriente del romance de guerra que exigían las circunstancias, pero, por otro,
escuchó la llamada del poema que explora en lo oscuro sin sujetarse a urgencias
ni a conveniencias externas. Una composición, conservada entre sus papeles
inéditos, formaliza
con distanciamiento simbólico, la hondura de su desolación ante el sangriento Caos
en que se hallaba sumida la España de 1937. Me voy a permitir leerla porque
es breve:
CAOS
La tierra yace. Maleza[s]
de toda especie la
viven,
exprimen su savia
muerta,
––la seca flor de su
origen––,
y afilan su diente duro
para libertar la
sangre.
Medios días de pereza
gravitan sobre la
imagen del tiempo.
La siesta todo el
corazón invade,
y el hombre se queda
mudo
y sumido en el paisaje.
La noche tiembla en la
orilla
de un mar caliente de
estambre,
con arañas extasiadas
y terciopelos sin aire
que ponen sombra en la
sombra
de su tétrico
semblante.
El amanecer no existe
porque no existe la
tarde,
porque el sol es una
hoguera
y la luna, roja, arde
entre la ceniza yerma
del tiempo que se
deshace.
La tierra, en silencio,
mira
cómo pasa su cadáver.
El autor tenía
diecinueve años cuando compuso estos versos. Poco después se incorporó al
cuerpo de carabineros en el que luchó el resto de la guerra, pasando por el
frente de Teruel y acabando en la Avanzadilla de Lliria. Regresó a Alicante e
intentó desarrollar actividades publicitarias en colaboración con Francisco
García Sempere y Carlos Fenoll, que no cuajaron en la deseada emancipación
económica. En consecuencia, durante todo el decenio de los 40, estuvo
subordinado en precario a las contratas que su padre obtenía de obras públicas
provinciales, la más destacable en Jávea donde vivió varios años, ya casado
desde 1943 con Maruja Varó. 3
Ciertamente,
el padecer penas de cárcel o de exilio fue muy duro, pero la injusta dimensión
del castigo solía ayudar a los encarcelados y a los desterrados a mantener el
ánimo y a reafirmar el sentimiento de pureza ideológica. En cambio, los
vencidos que arrastraban la frustración en la calle, en aparente disfrute del limitado
privilegio de una libertad ilusoria, podían sufrir, en su exilio interior, la
rémora de la conciencia amordazada, antesala de la depresión moral. Molina en
la posguerra interiorizó su irreductible rechazo a la situación política, pero
no optó por combatirla directamente desde la lucha organizada en la
clandestinidad sino por la vía posibilista que, de acuerdo con su temperamento
y vocación, lo llevó a ejercer su responsabilidad intelectual desde la
actividad poética y literaria como medio de resistir y de dignificar los
ideales suspendidos, añorando siempre las expectativas democráticas truncadas
por la guerra.
Bien sé que estas
actitudes son difíciles de explicar cuando la distancia temporal tiende a
esquematizar el valor de situaciones morales, y a suscitar con ligereza
rechazos y adhesiones. Pero no está en mi ánimo el simplificar. En realidad,
mantenerse bajo la subjetiva conciencia de estar promoviendo bienes culturales
en círculos restringidos en esta ciudad, cuando no era factible otra cosa, o
recuperando la memoria de Miguel Hernández sin dejarse avasallar por el sistema
ni vestir camisa azul, ya de por sí encerraba una desasosegante cuestión de
moral cívica, que no podía eludir las contradicciones.
En lo referente a la
recuperación cultural, quizás pudiera llamar la atención de algunos jóvenes de
hoy la calidad y el atractivo que ejercieron en el conjunto de la sociedad
literaria española las actividades promovidas en Alicante durante la posguerra
por los grupos de Arte joven, Intimidad Poética, Verbo, Ifach
o Silbo en todos los cuales participó Manuel Molina. Pero si bien no
se puede negar la brillantez de aquellas experiencias no debemos olvidar que
incomparablemente mejor hubieran podido ser si la continuidad de la República
hubiera permitido sostener la orientación democrática del sistema educativo y
de instituciones culturales como el Ateneo, o si la Escuela Modelo, por
ejemplo, hubiera seguido sembrando su semilla y sus respectivas bibliotecas no
hubieran sido esquilmadas y dispersas; si, en fin, no hubieran sido reducidas
al silencio o forzadas al exilio tantas voces irreemplazables.
Molina en 1950 publicó
su libro –Hombres a la deriva–, y durante un decenio dio a la imprenta
tres nuevas entregas de significación universalista –Camino adelante, Versos
en la calle y El suceso– donde confluían –como queda dicho–
corrientes líricas existenciales y sociales. En 1952 abandonó el trabajo
familiar gracias a su incorporación a la recién creada Biblioteca Gabriel Miró.
En 1955 promovió el Grupo poético Silbo al que se acogieron jóvenes
poetas y prosistas –Enrique Cerdán Tato, Carlos Sahagún, José Antonio Srivent,
Juan Bautista Sapena, Ernesto Contreras, Josevicente Mateo, entre otros–
algunos de ellos llamados a desarrollar un significativo papel en el proceso de
la recuperación democrática en Alicante, con su confluencia en el pionero Club
de Amigos de la Unesco mediados los años 1960. A partir de 1968, con la
publicación de su libro Coral de pueblo, la lírica de Molina cobró un
intimismo localista de acusado sabor popular, entre apuntes satíricos y
destellos nostálgicos de la tierra nativa.
En estos tiempos de
democracia formal, preciso es aprovechar cualquier resquicio que pueda conferir
carácter estable y perdurabilidad legal a los restos de los 4 sucesivos
naufragios colectivos producidos desde 1939, no sólo en su dimensión trágica,
sino también en la inquietante sensación de pérdida de ilusiones y de utopías
que se escurren entre las manos generacionalmente una y otra vez. Restos que
todavía toman cuerpo preferente en el manuscrito, la letra impresa o el papel
fotográfico, lo que les añade un valor inestimable en una época de fugaces
premuras informáticas.
En tal sentido
convendría interpretar legados como este. En él se resume una vida pero también
unas relaciones y unos intereses culturales y literarios, un trasfondo político
represivo puesto en sordina, que futuros investigadores deberán interpretar con
matizado tacto para no reducirlos a herrumbrosos esquemas. Un archivo muy
extenso y lleno de sobreentendidos, que no se destina al culto exclusivo del
donante, sino a conectarlo con el conjunto de fondos que componen este
hospitalario Archivo de la Democracia. Y también con otros diseminados por la
geografía española, en los que hay documentos y cartas de Molina: el más
inmediato, el de Vicente Ramos, en Guardamar del Segura; otro, el legado de la
poetisa Concha Lagos en la Sala Cervantes de la BNE; los de Trina Mercader y
Jacinto López Gorgé en la Fundación Jorge Guillén de Valladolid; el de Juan
Gil-Albert en la Biblioteca Valenciana, o el de Gabriel Celaya en la Biblioteca
Koldo Mitxelena de la Diputación Foral de Guipúzcoa.
El presente legado
contiene la obra de Molina, en verso y prosa, publicada en libros, en revistas
literarias y festeras y en una extensa producción de artículos en la prensa
periódica. Forman parte del mismo una treintena de carpetas con proyectos y
borradores, documentos personales y originales mecanográficos de amigos,
algunos de mucho interés, como un manuscrito de Manuel López Robles sobre la
represión franquista en la provincia de Huelva que, creo, permanece inédito,
igual que ocurre con los materiales para un homenaje colectivo a Julián
Andúgar, frustrado editorialmente poco después de su muerte. Parte nuclear de la
donación es la sección de su biblioteca relativa a la vida y obra de Miguel
Hernández. De éste hay además, junto a otros poemas mecanografiados, tres
valiosas cartas, ilustradas con algunos dibujos de su mano (1936), dirigidas a
Carlos Fenoll quien las regaló a Molina en los años 1940. Cartas bien conocidas
y catalogadas desde que se publicaron en la revista Ínsula en 1960 y por
haber figurado más recientemente en la Exposición conmemorativa del Centenario
en la Biblioteca Nacional de España, en 2010. Desde ahora se custodiarán en el
Archivo de la Democracia.
Justamente la
correspondencia epistolar constituye la sección más estimable y nutrida de esta
donación. No en balde a Molina le encantaba recibir cartas y con frecuencia
reprochaba a sus amigos que le telefonearan en lugar de escribirle. Sabía que
las cartas autógrafas, como forma comunicativa entraban en vías de extinción y
se aferraba a esta práctica con ahínco. Tres mil ochocientas, en su mayor parte
de contenido literario, y más de cuatrocientos remitentes de muy diversa
entidad, dan fe de su receptividad y simpatía para hacer amistades. Desde dos
premios Nobel –Vicente Aleixandre y Camilo José Cela– a varios presidentes de Foguera
que anualmente le reclamaban poesías para sus llibrets; desde la viuda
de Miguel Hernández hasta amigos obreros de sus antiguos trabajos de carreteras…,
el abanico de relaciones epistolares de Molina fue amplio y variado. 5
En
gran parte de ellas se hace muy patente la fidelidad al mundo hernandiano en su
doble sentido humano e igualitario: fidelidad, sobre todo, al deslumbramiento
que sobre él ejercieron sus amigos de adolescencia y de juventud en Orihuela.
En esta línea, sobresale la extensa serie de Carlos Fenoll y familia, junto al
testimonio de la recuperación de la amistad de Molina con Jesús Poveda y
Josefina Fenoll ya vueltos del exilio. El recuerdo de Miguel Hernández planea
también sobre las cartas de su profesor en el Instituto de Orihuela Jesús Alda
Tesán –colaborador de la revista sijeniana El Gallo crisis–, sobre las
de Carmen Conde y las de María Cegarra Salcedo. Destacan las de un grupo de
mujeres estudiosas del poeta como Concha Zardoya, Marie Chevallier y Mª de
Gracia Ifach o las de Elvio Romero y Simón Latino desde Sudamérica.
Entre las más fieles al culto hernandiano se cuentan las de Francisco Giménez
Mateo, primo de Molina, y la copiosa correspondencia del sacerdote valenciano
don Alfonso Roig, profesor de Arte Sacro y transmisor de corrientes estéticas
innovadoras.
No quiero perderme en
una intrincada lista de nombres. Pero es preciso mencionar entre sus relaciones
alicantinas a los músicos José Juan Pérez y Rafael Rodríguez Albert, a Vicente
Ramos y a Rafael Azuar compañeros en tantas empresas, a los pintores Gastón
Castelló, Miguel Abad Miró y Melchor Aracil, a Juan José Esteve –prologuista de
Hombres a la deriva–, al cinéfilo y excelente narrador José Ramón
Clemente, a Jacinto López Gorgé fiel amigo durante más de cuarenta años… Hago
omisión de los supervivientes y de los más jóvenes, algunos aquí presentes, ya
como mínimo sexagenarios.
Entre los
comprovincianos cabe destacar la serie de Joan Valls Jordá, muy extensa y
amistosa, que documenta, desde 1948, la edición de su libro La estrella
afirmativa en la colección Ifach y testimonia sus primeros pasos por la
poesía en valenciano; o la de Jordi Valor i Serra quien, desde Benissa invertía
heroica y onerosamente sus ahorros en la publicación de sus Històries
casolanes (1950) y en su novela Ducado de Bernia, de cuya impresión
y tramitación administrativa se hizo cargo Molina en Alicante, en 1954. Más
tardías, pero no menos cordiales, fueron sus cartas con Juan Gil-Albrt. También
está presente Virgilio Botella Pastor, que le escribía, todavía desde París,
mientras Molina reseñaba sus novelas sobre el exilio Tiempo de sombras y
El camino de la victoria, a finales de los años 1970. Series más breves
son las de los ilicitanos Juan Serrano García, promotor de la efímera revista Estilo
en 1947, y la del monovero, biógrafo de Azorín, José Alfonso Vidal. De otros
amigos escritores de la Vega Baja descuella la correspondencia del
murciano-callosino Santiago Moreno Grau, junto a las de Vicente Bautista,
Antonio Sequeros, Adolfo Lizón, el abogado Martínez Arenas, el psiquiatra
Alberto Escudero Ortuño y el catedrático José Guillén.
Hay corresponsales
valencianos, algunos muy antiguos y arraigados, como el incansable Ricardo
Blasco, desde la creación de la revista Corcel; Lucio Ballesteros
diligente explorador de contactos con Latinoamérica; el pintor Miguel Rubio Sifres,
vecino del matrimonio Molina en Jávea; José Albi y Joan Fuster, que testimonian
diversas etapas de la revista Verbo, sin olvidar la afectuosa
familiaridad de poetisas como Angelina Gatell y María Beneyto.
En el ámbito nacional
hay en este epistolario nombres muy significativos, desde Gabriel Celaya, Blas
de Otero y Antonio Buero Vallejo hasta Rafael Santos Torroella, 6
Miguel
Fernández, Celia Viñas, José Agustín Goytisolo, Leopoldo de Luis, Ángela
Figuera Aymerich, Francisco Sánchez Bautista, José García Nieto, Eladio
Cabañero, Ángel Caffarena, Manuel Alcántara, Francisco Umbral, Felix Grande y
Francisca Aguirre… Estos y otros muchos corresponsales, procedentes de toda la
Península, atestiguan un extenso modo de asumir la diversidad española a través
de lo que algunos llamaron fraternidad poética en unos tiempos en que
las grandes carencias ocasionadas por la derrota republicana se arropaban en
platónicas ilusiones. Así se lo escribía a Molina –en 1949, desde Elche– el
futuro senador democrático de 1977, Julián Andúgar, cofrade muy integrado en la
poesía alicantina, que había perdido una pierna en la guerra: «La vida como
bien sabes sólo vale la pena vivirla por la bondad y la belleza».
Termino ratificando mi
impresión de hallarnos ante un corpus testimonial de primer orden para el
conocimiento de la difícil, lenta y contradictoria reconstrucción de la cultura
literaria, en y desde Alicante, bajo el régimen franquista entre 1939 y 1975.
Po ello, el acto que
hoy nos congrega viene a expresar una suerte recíproca para el recuerdo de
Manuel Molina y para que el Archivo de la Democracia siga cumpliendo sus
objetivos de documentar y visualizar estos vestigios del diario discurrir de
unos tiempos ingratos para muchos, con objeto de que la memoria histórica pueda
ir siendo activada en toda su complejidad.
Cecilio
Alonso
Leído en la Sede de la Universidad de Alicante el jueves 24 de noviembre de 2016
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