Es necesario en este centenario (1912-2012) recopilar la obra dispersa del inmortal poeta oriolano, como así cuantos artículos, reseñas, oponiones y comentarios se han publicado sobre él. Esta es ocasión única para recoger inéditos. Y reclamar la publicación de sus Obras Completas. Somos fenollianos. Portal dirigido por Ramón Fernández Palmeral.
sábado, 1 de septiembre de 2012
Comentarios de María de Gracia Ifach al libro "Canto encadenado"
Publicado en la revista madrileña "NUEVA ESTAFETA" nº 6 de mayo de 1979, que dirigía Luis Rosales.
EL POETA PANADERO
MANUEL MOLINA: Carlos Fenoll. Canto encadenado. Instituto de Estudios Alicantinos. Diputación Provincial de Alicante, 1978.
Había de ser el poeta oriolano Manuel Molina quien nos narrase la vida del poeta panadero, paisano suyo, Carlos Fenoll Felices. También fraternal amigo de Miguel Hernández, de Ramón Sijé y del grupo literario de Orihuela hacia la década de los 30, él supo alentar a todos ellos con la más cordial entrega en las reuniones de su tahona de la calle de Arriba.
Manuel Molina ha titulado su pequeña biografía "Canto encadenado", tomado del poema de Carlos Fenoll, considerado como uno de los mejores, y publicado en «Intimidad poética», de Alicante, en abril de 1944.
Estructurado el libro sobre una base de textos propios y ajenos, epistolarios y otros documentos, el autor presenta una panorámica vivencial y verídica del «poeta de la Orihuela esencial», con quien mantuvo contacto desde la adolescencia hasta su misma muerte, ocurrida el 31 de diciembre de 1972, a los sesenta años.
Desde esta fecha, nuevamente de luto Manuel Molina —los anteriores duelos fueron las muertes de Ramón Sijé, de Miguel Hernández y de Gabriel Sijé—, ha ido memorizando, resucitando aquella juventud de noble dedicación a la amistad y a las letras, en el ámbito del horno de los Fenoll y en el de todo Orihuela; ha ido recomponiendo la vida de Carlicos desde niño, y nos cuenta su afán por aprender a leer él solo, en los rótulos de las tiendas y en los titulares de los periódicos, y más tarde su simultaneidad de las faenas de panadero y del aprendizaje de poeta: «En la boca del horno, remando nube encendida, laborando la pasta de harina, modelando la ubre del primer alimento del hombre, ciñendo, heñiendo [sobar la masa] la materia esencial, cuidando del proceso de la transformación hasta la costra, transcurren las primaveras de esta criatura», ha escrito Manuel Molina en otro lugar. Y esta criatura fue haciéndose hombre entre sus amigos con quienes se sentía tan compenetrado y feliz. Y el superviviente de todos ellos, el compañero fiel, ha ido siguiendo sus pasos de adolescencia y madurez, ya trasladado a Barcelona, para contarnos sus vicisitudes, su lucha por abrirse camino y situarse económicamente en la gran ciudad, lejos ya de su pueblo para siempre. «He quemado las naves: he vendido la casa y los muebles. De esta forma es como no se regresa», confesará Carlos Fenoll a su gran amigo, ya desligado del pasado y del querido y añorado lugar.
Lejos van quedando también los versos. Desde su instalación definitiva en la capital catalana, apenas si hizo otra cosa que desear escribirlos nuevamente-, sin embargo, en sus últimos veinte años no logró componer un solo poema y únicamente algún escrito en prosa salió de su perezosa pluma. Aquella vocación de antaño, contra el viento y la marea materialistas del oficio envolviendo sus años mozos, se perdió en el espacio y en el tiempo para no volver más.
«Mis versos escritos hasta la fecha, mejor dicho, impresos son malos recuerdos para mí hijos son del desaliento y la impotencia», dirá en diciembre de 1946 en una carta a Manuel Molina.
Hay seres predestinados al sacrificio de una vocación y uno de ellos fue el poeta panadero ahogando voluntariamente su posible obra lírica. Las «etapas muertas», como él las llamaba, se repartieron a lo largo de los años, con lapsos a veces de cinco «sin escribir una coma en poesía». Hombre idealista, incapaz de afrontar cualquier empresa práctica y productiva, se limitó a fabricar pan y dedicarse a su familia, sin más ambición ni tampoco ímpetu para triunfar como poeta. En otra carta se lamenta de su abulia con la honestidad que le caracterizaba: «No he hecho literariamente nada que valga la pena. No puedo hacer más, es decir, mejor bien a la poesía que no insistir en escribirla. Un mediocre más, ¿qué importa al mundo?
Sus expansiones epistolares rezuman tristeza y también un amargo humorismo. Dice humildemente: «Estoy tratando de reunir un número suficiente de poemas para lanzar, ¡al fin!,mi primer libro. Es ya un caso de concincidiera. Creo que lo debo. Me gustaría que coincidiera su aparición al cumplir mis primeros cuarenta años». Y continúa ironizando sobre su indolencia; «a los ochenta años publicaré otro y, ya abrumado por la gloria, del brazo espectral de la parca, me retiraré por el foro».
Carlos Fenoll sentía realmente la modestia de no saberse buen poeta y, fiel a su juicio, apenas escribió en los últimos años.
Sin embargo, la atracción poética le quitaba el sosiego. En marzo del 52 vuelve a comunicarse con Manuel Molina, que no hace sino darle alientos: «Es cierto, Manolo: la alegría de la creación es capaz por sí sola de levantar a un muerto. Así lo siento en mí y aprovecharé este renacimiento de mi ánimo, esta inicial alegría creadora para culminar la etapa definitiva de mi obra. Ahora o nunca. Este es mi dilema.»
La fatalidad marcó un nefasto e inexorable «nunca» dejando una vocación sumida en la nada, en el vacío, sin la menor compensación para un corazón tan «desmesurado» como el de su entrañable Miguel y como el de su biógrafo.
Tan romántico como Carlos Fenoll, Manuel Molina ha sabido mostrar la inmensa ternura del amigo en conmovedoras páginas. En capítulo aparte comenta la poesía que dejó, ofreciendo una selección de la misma. También recoge algunos textos ajenos en torno a la gran humanidad del biografiado y a su breve obra, debidos a Ramón Sijé, Miguel Hernández, José Guillén, Vicente Ramos, José María Balcells... El epílogo de Vicente Ramos cierra emocionadamente Canto encodenado.
MARIA DE GRACIA IFACH (1)
1)La reconocida especialista de la vida y obra de Miguel Hernández, María de Gracia Ifach (seudónimo de Josefina Escolano), nació en Caudete (Albacete) en 1905 y murió en Valencia en 1983, lugar donde pasará la mayor parte de su vida. Allí estudió Bachillerato y los estudios universitarios por los que obtuvo el título de Bibliotecas, Archivos y Museos en la Universidad de Valencia en 1938. Estuvo casada con el escritor Francisco Ribes (fallecido el 24 de marzo de 1976).
(Archivo de Gaspar Peral Baeza)