Carlos Fenoll, por Palmeral 2012

martes, 27 de noviembre de 2012

Biografía de Carlos Fenoll, por José Antonio Torregrosa



CARLOS FENOLL: LA BELLEZA IMPOSIBLE (APUNTES BIOGRÁFICOS)

Un inquieto -de vida y horizontes- es este poeta, pariente de Eduardo Poe, gran melancólico y bella flor de artesanía. Aquí os lo presento, enlutado, rondador y bohemio.
                                                                                                           Ramón Sijé, 1932

Carlos Fenoll Felices nació el 8 de agosto de 1912 en Orihuela, en la calle de San Juan, muy cerca del convento del mismo nombre. Fue hijo de José Antonio Fenoll y María Monserrate Felices, panaderos. El matrimonio engendró trece hijos, pero la muerte prematura de varios de ellos convirtió a Carlos -que era el tercero en orden- en el mayor de todos.
Carlos acudió al colegio solo hasta los doce años. El recuerdo de su infancia en la que fue su calle primera, lo reflejó pronto en un poema de 1930, en que evoca “El campanario de San Juan”.

Bello emblema del amor de aquellos días
en que la dulce infancia
llenaba de armonías y de risas
al timbre primordial de mi garganta.

En 1927 la familia se traslada a la calle de Arriba, número 5, calle ancha de vecindario humilde, para instalar allí la panadería. Por esos años parece que una desmedida afición a los toros llevó a Carlos más de una vez, en la plaza de Orihuela, a lanzarse al ruedo como espontáneo, chaqueta en mano, con la consiguiente detención y multa.
 En 1929 se producen en la vida de Carlos Fenoll varios hechos trascendentales. Ese año muere su padre, con solo cuarenta y dos años de edad, y Carlos ha de ponerse al frente del negocio familiar. Por entonces el joven Fenoll es lector asiduo del ABC y se acerca con interés a la literatura a través de los folletones por entregas -llenos de intrigas apasionadas- y de los poetas entonces más populares. Por otra parte, cultivaba, como lo había hecho su padre, la habilidad para repentizar versos y recitar estrofas improvisadas, lo que se conoce como trovero, cualidad que llegó a poner al servicio de diferentes empresas y marcas comerciales, las cuales, mediante sonoras rimas, publicitaban sus productos en las revistas oriolanas de la época.
Su inclinación hacia la poesía le lleva, desde los diecisiete años, a publicar asiduamente en algunas de las revistas locales, sobre todo en Actualidad, a la que accedió gracias a su amigo Jesús Poveda, quien trabajaba en el despacho del abogado Tomás López Galindo, responsable de la publicación. Poveda recordaba así a Fenoll:

Yo conocí a Carlos cuando a este solo le apasionaban tres cosas: la poesía, el cante jondo y el vino de taberna. Cantaba el flamenco clásico con verdadero gusto, como un profesional, aunque no le ayudaba mucho su voz, un poco ronca.

También en 1929, si no antes,  inicia su amistad con Miguel Hernández, un joven casi dos años mayor que él y con el que compartirá inquietudes poéticas y vivencias de la edad. Como Carlos, Miguel había nacido en la calle de San Juan, pero desde niño vive al final de la calle de Arriba y se dedica al pastoreo. En El Pueblo de Orihuela, Fenoll le dedica, en diciembre, el poema La Sonata pastoril: “A Miguel Hernández, el pastor que en la paz y el silencio de la hermosa y fecunda huerta Oriolana, canta las estrofas que le inspira su propio corazón”. Se trata casi de una presentación en sociedad, pues un mes después, en enero de 1930 y en el mismo medio, ve la luz el primer poema publicado de Hernández: Pastoril. La formación de Carlos Fenoll y de Miguel Hernández tiene bases similares. A falta de una enseñanza o guía reglada, proviene de la intuición y de consejos de amigos autorizados, y se asienta en las lecturas más popularizadas y accesibles. Una carta firmada por los dos en marzo de 1930, dirigida a Justo García Morales, que estudiaba en Madrid, revela cuáles eran por estas fechas los intereses literarios de ambos:

Nos aconsejas debemos leer a Vicente Medina, Salvador Rueda, Villaespesa, Rubén Darío, Espronceda y el gran autor de las Rimas; nosotros hemos leído escasas composiciones de todos los autores pero no obstante haberlos estudiado poco, somos fervientes admiradores de los indicados y, además, de Núñez de Arce, Campoamor, Gabriel y Galán y Zorrilla.

Y enseguida vendrían Juan Ramón Jiménez y Gabriel Miró. Además,  tanto Fenoll como Hernández comenzaron a publicar en los mismos medios conservadores del momento: Actualidad, El Pueblo de Orihuela y las revistas inspiradas por Pepito Marín -Ramón Sijé-: Voluntad y Destellos. Los poemas juveniles de Fenoll mezclan tardíos resabios románticos y modernistas, previsibles y manidos clichés literarios y mucho ripio de versificador ágil.
Los primeros años treinta fueron en la vida de Fenoll momentos de camaradería, de vivencias intensas, de ilusiones, de inquietudes y estímulos. En los momentos iniciales de este grupo de amigos -Hernández, Fenoll, Poveda, Sijé- todos hubieran apostado por Carlos Fenoll como aquel en quien se veía fluir la vena poética de manera más natural y quien antes podría conseguir logros importantes. Diferentes testimonios nos han llegado acerca de las reuniones de estos jóvenes en la Panadería de Fenoll. Algunos hacen a la tahona centro de muy densas y organizadas tertulias literarias en las que se leían poemas, se repentizaban versos, se preparaban proyectos... Quizá haya una idealización de lo que realmente debió de ser lugar de encuentro propicio para sus experiencias juveniles y, por supuesto, para fomentar sus ilusiones literarias. El problema está en concederle al hecho una consolidación y una continuidad que no debió de tener. De la misma manera parece exagerado etiquetar como generación literaria a unos jóvenes que entonces tenían una muy escasa obra y ningún libro publicado.
Entre 1933 y 1934 se halla Fenoll en Barcelona haciendo el servicio militar y participa activamente en la represión de los sucesos revolucionarios de octubre de 1934 en la ciudad condal. A su vuelta de Barcelona se casa con su novia Ascensión Ávila. Esta relación ha de remontarse, quizá, al verano de 1930, fecha en que dedica a la joven, nombrándola solo con sus iniciales, el poema “Levantina”: “A la señorita A[scención]. A[vila]., oriolana y castiza, con todo el fervor que le profesa este loco cantor”.  En diciembre de 1935 nace el primogénito del matrimonio, José Antonio, “Antoñín”. La dicha de este “dulce fruto” la recogió Carlos en su poema "Primer hijo". Un par de semanas después sucede la tragedia de la muerte de Ramón Sijé, novio de su hermana Josefina Fenoll.
Desaparecidos Sijé y su revista El Gallo Crisis, Fenoll y Poveda, ayudados por Alfredo Serna, Ramón Pérez Álvarez y Justino Marín -hermano menor de Pepito-, intentarán revivir el dinámico ambiente literario oriolano de unos años atrás. Así surge el pliego de poesía Silbo, que entre mayo y junio de 1936 publicó dos números con colaboraciones literarias, entre otros, de Juan Ramón Jiménez, Vicente Aleixandre, Miguel Hernández, Pablo Neruda y Carmen Conde, e ilustraciones de la pintora Maruja Mallo. Miguel Hernández que hacía vida estable en Madrid -acababa de publicar El rayo que no cesa- hizo valer sus amistades madrileñas para conseguir que los silbadores de Orihuela emprendieran una aventura literaria de altos vuelos, que conjugaba los mejores nombres, ya consagrados, de la poesía española, con las firmas de los jóvenes oriolanos. Anejo al número dos de la revista, Ediciones Silbo publicó un librito con Poemas de Jesús Poveda, Justino Marín y Carlos Fenoll. Para este último, la experiencia de Silbo fue el comienzo de una nueva etapa en su poesía, más personal y valiosa. Por desgracia la guerra civil hizo inviable la continuidad de la empresa apenas comenzada.
En noviembre de 1936 Fenoll y Poveda se alistan como voluntarios en el Batallón de Milicias Republicanas y parten para Madrid. En el local de la Alianza de Intelectuales Antifascistas conocen a Rafael Alberti, a María Teresa León y a otros intelectuales. El 9 de marzo de 1937 se halla Carlos en Orihuela y firma como testigo en la boda civil de Miguel Hernández y Josefina Manresa. Después volvió al frente castellano. Su hermana Josefina y Jesús Poveda, que habían emprendido noviazgo un año antes, también se casaron ese año.
En una entrevista concedida poco antes de su muerte afirmó Fenoll: “En la guerra no cogí un fusil. Trabajé en mi oficio, haciendo pan para las tropas de la República”. En todo caso, tras la contienda vivió un tiempo en un resguardo prudente, hasta que la situación se volvió segura para su persona.
Pero ya el mundo literario y humano que Carlos había vivido en su juventud, estaba en trance de disolución permanente, mezclado en desdicha. A la muerte de Sijé y a la inmediata guerra civil, siguió el exilio americano de sus hermanas Carmen y Josefina -y de las familias de estas, Poveda entre ellos-, sucedió después la muerte de Miguel Hernández, en 1942; y, en ese mismo año, la muerte de la madre de Carlos (lo que trajo problemas familiares en el reparto de la herencia) y, por último, en 1946, la muerte prematura de Justino Marín Gutiérrez. Fueron hechos que convivieron con el nacimiento de sus hijos Carlos, en 1941, y Vicente Luis, en 1947.
Poco o nada quedaba ya de las vivencias e ilusiones juveniles El poeta vitalista y alegre se fue convirtiendo a la fuerza en un hombre ganado por el desencanto y el pesimismo, y su alma encadenada comenzó a transitar los caminos tenebrosos de la autodestrucción en momentos repetidos (que él llamó la hora maldita) de amargura incurable:
                          Esta es, aquí está la hora maldita:
                          no es la piel de la noche tan oscura
                          ni la angustia mortal tan infinita.
                          Alma, rasga tu noble vestidura,
                          que es la hora que a mí me precipita
                          a un infierno de alcohol y de locura.
                                                           (“La hora maldita”, 1943)

Acaso queriendo esquivar el tormento estéril de un pasado irrecuperable, se deshizo para siempre de los papeles -cartas y poemas- que lo unían al desventurado Miguel y a un tiempo de sueños inalcanzados. Y ni así consiguió aligerar la carga abrumadora de lo que pudo ser y no fue. Tuvo también momentos gozosos, de grandes anhelos e ilusiones, en los que quiso comenzar de nuevo. En 1944 confesaba: a Vicente Ramos:

mi alma está en luz, y ve la gloria de una maravillosa resurrección: todo lo que antes veía muerto para mí -y era hasta lo más hermoso-, ahora resplandece, me sonríe y me llama. Y yo voy, gozoso, irresistiblemente, hacia todas las bellas cosas eternas, con la admiración y el entusiasmo invencibles de los que vuelven del infierno.

Pero ese reflorecer no llegaba nunca y el desaliento aparecía de nuevo una y otra vez, traído por unas ataduras materiales demasiado fuertes.
En medio de una situación personal y económica agobiante, en 1947, cuando ya el negocio de la panadería había pasado a su hermano Efrén, marchó para siempre a Barcelona, con toda la familia. Vendió la casa y los muebles. “De esta forma es como no se regresa”, comentó a su amigo Manuel Molina. En Barcelona nacería su cuarto hijo, Julián, en 1951.
Conocía bien la ciudad, pues allí había cumplido el servicio militar. En la calle de la Aurora, (en el Raval) vivió, hasta su muerte, de su trabajo de panadero para el Ejército, con el ansia siempre, en dedicación exclusiva, de sacar adelante a los suyos.
Entregado a las preocupaciones cotidianas, se le fue haciendo cada vez más difícil y lejana la escritura. "Estoy seco, vacío, hasta la angustia", escribía a Vicente Ramos en 1952. Amigos escritores e intelectuales como el propio Ramos, Joaquín Ezcurra, o Francisco Martínez Marín, entre otros, quisieron rescatarlo de la abulia que parecía atenazarlo, y le pedían colaboraciones esporádicas para diferentes publicaciones; pero él daba respuesta con dificultad, aparentemente enmarañado en una pereza que sus amigos le reconocían como casi congénita. Pero quizá no se tratara exactamente de eso. Ciertamente, obraban en contra las diarias fatigas materiales, que encadenaban su canto y no propiciaban los intereses estéticos y las ensoñaciones. Lo había expresado ya en 1946 en su más conocido poema, "El canto encadenado":

Cuántas constelaciones de claras hermosuras
rodando por mi mente, sin posible destino.
Jamás podré crearlas con tantas ligaduras
que me anilla en el alma mi trabajo asesino.

Pero también la causa de su renuncia literaria podría tener nombre de desesperación: un desánimo de ida y vuelta que nunca logró conjurar, acaso por la conciencia insoportable de reconocerse inferior a sus aspiraciones. Ya en la carta citada de 1952 dejaba escrito:

Yo -me digo- estoy muerto, más muerto que Miguel. Él vive en su obra, y yo tengo el funesto presentimiento de que no realizaré ya ninguna.

Y en 1966 justificaba su silencio a Vicente Ramos:

No he hecho literalmente nada que valga la pena. No pude hacer más, es decir, mejor bien a la poesía, por la poesía, que no insistir en escribirla.

Buscando ingresos con que mantener la menguada economía familiar pudo añadir por un tiempo a su trabajo de panadero el de corrector de pruebas en la editorial Aymá. Incluso sabemos que quiso buscar el éxito literario de algún premio de novela que le redimiera de su situación. Pero sin resultado.
Pudo haber sido poeta de juegos florales -talento poético le sobraba para ello-, y prefirió callar y hasta arrepentirse de lo escrito, confesando que desaprobaba cuanto había producido y le hubiera gustado hacerlo desaparecer. Hernández le había dicho tiempo atrás: "Pierde la mitad de valor el verso que se dice y gana el doble el que se queda en la garganta". Y Carlos se mantuvo fiel a este dictado, incapaz de poner en letras sus anhelos y de comprender el mundo tosco que habitaba. "Se me desalienta el amor a la belleza, más cada día, por hacérseme la belleza cada día más imposible", escribió en 1961 a su amigo Antonio García-Molina. Fue una relación paradójica la que mantuvo con la poesía: la necesitaba para elevarse sobre la realidad áspera y ruda que pisaba, para poner oro en su vida hecha de cobre y hierro. Pero a la vez, la poesía -o su imposibilidad- era una ofrenda constante a un fracaso destructivo. Esa relación ambigua y tormentosa -alimentada de ilusión y desengaño-, y el tránsito por las tinieblas de la creación definen al poeta -con notas de malditismo- que fue Carlos Fenoll.
Ramón Sijé, había trazado en 1932 un retrato ajustado de Fenoll, sin tener conciencia exacta, quizá, de hasta qué punto entraba en los secretos del alma del amigo:

Un inquieto -de vida y horizontes- es este poeta, pariente de Eduardo Poe, gran melancólico y bella flor de artesanía. Aquí os lo presento, enlutado, rondador y bohemio.

Nunca pudo Carlos olvidar sus penas más íntimas. Nunca pudo escribir con sosiego. Carlos Fenoll, Carlicos para sus verdaderos amigos de siempre, murió en su casa de Barcelona la última noche de 1972, de un infarto, casi sin enterarse.

Y sin haber alcanzado la Belleza.

                                                                          José Antonio Torregrosa Díaz



(Publicación autorizada y enviada por su autor)